domingo, 18 de abril de 2010

Desde la zona luminosa del corazón (Recordando a Atilio Storey Richardson)

(

El anonimato provoca olvido, y la literatura esta repleta de estos casos.
Son las obras de estos escritores quienes afloran para traerlos al recuerdo nuevamente, rompiendo el circulo que innecesariamente los ha llevado al rincón del desván de las letras.
Atilio Storey es uno de esos casos que frecuentan las paginas de este arte.
Durante 54 años que transitó el camino de la vida estuvo preso entre esa dualidad existencial que lo acompañó a partir del nacimiento, desde donde surgieron visiones infinitas que fueron creando un mundo personal, y a la vez general, del entorno del cual fue extrayendo emociones positivas y negativas, deseos y frustraciones que conformaron los linderos de su pensamiento, de su legado como hombre, padre, hijo y esposo, donde fue quemando la flama de los sentimientos, compartiéndolos con su pasión por las letras.
Nació en Maracaibo en el año 1937 y desde muy pequeño estimulado por su abuela Elvira se puso en contacto con la literatura y el arte.
Lector consumado desde que las palabras para él tuvieron significado, este hijo de América y Enrique Storey, no se conformó con la pasividad y durante siete años estudió violín con Emil Friedman formando parte de la primera orquesta sinfónica que tuvo el Zulia, dirigida por su profesor.
Su inconformidad no solo estuvo plasmada en algún escrito sino también en su ideología demócrata que lo llevó a formar parte del partido Acción Democrática, por lo que estuvo preso en varias ocasiones durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez.
Su pluma siempre marchó al compás de los vaivenes desde la pubertad, ya que el dominio de las expresiones pareció conformar la estructura de sus células, aunque estos trabajos terminaran guardados en algún cajón o gaveta de sus pertenencias, porque así como la exacerbación de sus ideas fueron un norte en sus creaciones también su auto anonimia estuvo latiendo al mismo ritmo que la sangre corría por sus venas.
En 1958 propuso la creación de una Facultad de Humanidades al Dr. Borjas Romero, rector de la Universidad del Zulia y fue becado entonces para estudiar humanidades en Francia en donde obtuvo el Certificado de Estudios Literarios Generales en La Sobona, en esa época para culminar sus estudios tuvo que trabajar como cantante de música latinoamericana en una boite de Paris acompañado en la guitarra por el maestro Jesús Soto.
En 1965 obtuvo el titulo de Licenciado en letras en la Universidad de los Andes (ULA).
Siempre fue un innovador, un inquieto vanguardista que fue explorando los caminos en una búsqueda constante de actualidad. Fue uno de los pilares del grupo “Apocalipsis” conformado también por Hesnor Rivera, Cesar David Rincón, Néstor Leal y Laurencio Sánchez entre otros, también resultó el menos promocionado ocasionado por la misma bohemia y deseos del escritor.
Atilio siempre estuvo pendulando en el hilo de la expresión como parte de momentos, pero no de conjuntos que delinearan estos como un todo general que tendría que ser compilado como obras que los englobaran. Sus escritos fueron siempre sueltos, poesía que relataba una emoción y que se enlazaba con las otras por la diversidad de esos estados de ánimos, libres como el pensamiento, pero no atados a la consecución de un fin conjunto.
Siempre fue reacio a encasillar sus escritos bajo una normativa que dieran titulo a un grupo de ellos, por tal razón, estos quedaron inéditos en su mayoría, solo un libro que recoge algunas de sus poesías fue publicado por la Asociación de escritores de Venezuela, Seccional Zulia y el Conac, cuyo titulo es “Vino para el Festín.
Y fue esto un acontecimiento tan extraordinario que su amigo de la niñez Alfredo Añez Medina, escribió en la revista “Puerta de Agua” un articulo desde donde rescato estas frases.
“Así nos sobrecoge de júbilo en esta noche el poder centrar nuestra atención y nuestra mal contenida alegría en la realidad ya consumada y objetiva de la aparición del libro inicial de nuestro amigo y colega de tantos años, el poeta Atilio Storey Richardson, quien se ha decidido, no sé cómo o por cuál arte de su propia magia poética, a ofrecernos, por fin, a través de la iluminación de la letra impresa, el formidable y sereno vino para el festín que contienen cada pagina de su libro, desde este momento en las manos de todos como un iluminado pez de oro que devoró su sombra que se nos escapa”

Esta ocasión ocurrió en octubre de 1988, cuando ya Atilio contaba 51 años y una carrera extensa en el campo cultural y humanístico y en su carrera de periodista, donde entre otros trabajos se destaca el que efectuó en el periodo 1956-58 en el diario Panorama en una columna denominada “Ver, Oír y Callar” donde firmaba con el seudónimo de Pablo Morel.
Su poesía lírica, vanguardista, en ocasiones surrealista giró en torno a fragmentos de tiempos vividos, a esa búsqueda constante para unir la subjetividad de dos mundos distantes que vibraban como cuerdas de arpa en su corazón, a la búsqueda de una simbiosis que pudiera expresar los vacíos frecuentes donde caen las intenciones que se dirigen hacia la cotidianidad teniendo aires de fantasías.
Vivió en carne propia el halago y el desprecio, navegó contracorriente entre un sistema político-social signado por la traición y los cambios de rumbos que hicieron un vendaval de una simple brisa.
Fue un entregado a esa pasión que heredó a sus hijos, un quijote entre molinos de vientos inventados por el medio que lo cobijó y olvidó, dejando a un lado los aportes ricos e infinitos que legó en acciones concretas, donde fue un guerrero temerario que logró cruzar los limites de la indolencia y la mediocridad que se vivía para entonces, dándole a la poesía un lugar justo y preponderante, apartada de oficios callejeros donde perdía vigencia.
Nunca quiso para sí los meritos que mereció y tal vez ese abuso de buena intención le ha negado los que se merece.
En lo personal conozco esos mares donde tuvo que navegar Atilio y me quedo sorprendido en no ver sus poesías en ninguna antología de poesía venezolana, incluso en el Diccionario general de Autores de la Literatura Venezolana, editado por la ULA en 1974, su casa de estudios, no aparece.
Entiendo que la riqueza cultural del país es infinita, pero las memorias de quienes han vivido en lucha constante por un lugar de la cultura venezolana debe ser inviolable.
Atilio vivió una vida para las letras como muy pocos, fue un enviado de ese mundo pintoresco de la irrealidad que transitó entre las calles de las realidades desnudas y prefirió pasar inadvertido a ser comparsa de los que gritan sin razones para hacerlo.
En “Testimonio del viento” lo dice de esta manera.
Cavo lentas señales,/ recojo estas monedas./ Ruedan crueles los días./ Toco y nadie responde./ No hubo el grito que siempre acompaña/ la tristeza de las bestias errantes.
En “Memoria de Paris” de esta otra.
Resucito/ renazco,/ desentierro del polvo esta voz apagada,/ este grito que hierve bajo la estrella/ más excelsa del cielo,/ bajo la densidad de este júbilo/ en el día más glorioso de octubre.
El primero lo escribe en Paris, el segundo en Maracaibo, como intercambiando lugares teniendo una misma visión del sentimiento.
Su filosofía estuvo mezclada entre el occidentalismo donde nació y las ideas abstractas de la literatura oriental, por eso en los años 70 estuvo afiliado a un grupo de estudio de las ideas de Gurdjeff donde sus lecturas predilectas fueron: El Eclesiastés, Los Rubáiyát, las Máximas de Epicteto, Los Cuatro Libros Clásicos de Confucio y los tratados morales de Baltasar Gracián entre otros, asi como tambien en contrapartida es asiduo lector de los clásicos del erotismo hindu tambien El Bhaganad Gita.
Fue Atilio un hombre de una intelectualidad vasta y profunda, un poeta con una formación humanística y literaria extraordinaria, con una cultura existencial que recorría los caminos de las letras, la música, la política y el periodismo como una aventura coloquial natural.
Jorge Luis Mena en su critica al libro “Vino para el Festín” nos escribe esto.

“Es grande, pues, como se ve, el contentamiento del poeta, su voluntad de unión con las cosas de la naturaleza, el reconocimiento de nuestro parentesco con la tierra, la concepción del cuerpo de la amada como el instrumento de comunión con lo trascendente, con el gran espíritu de la creación….”

Cansado de trajinar quizás los caminos de la incertidumbre o hastiado de navegar los mismos mares sin conseguir la isla donde anclar su barco, cuando su brillantez intelectual era apenas una luz que nacía a la mañana, decidió cortar el cordón umbilical que lo ataba a la vida y entre el fuego, que le inspiró versos, abandonó el mundo terrenal en 1991.
Todavía su voz retumba reclamando el lugar que se ganó a fuerza de estudio, trabajo y lucha.
Se apago su voz, dejó su pluma de fabricar imágenes que buscaban explicar con palabras las profundidades de la sensibilidad que le embargaba, pero siguen sus versos, como saetas aladas inmortales, llevándonos un trozo de ese mundo inédito que quiso compartir, tal como lo escribió en la dedicatoria de su libro, desde la zona luminosa del corazón.

Cierro con un poema escrito como homenaje hacia él.


Purificó su cuerpo
en el fuego sagrado,
buscando los caminos
donde los mundos creados
pudieran ser el limite
más cercano a sus deseos

Dejó su alma llena de poesía,
extendiendo su mano
al abstracto rostro del jubilo,
olvidando los iracundos
golpes de la suerte,
que sus velas rompieron.

Y se fue callando voces,
dejando a un lado versos
que germinaban gritando
las cadenas que ataban
al corazón con los latidos
donde respiraba su llanto.

martes, 19 de enero de 2010

El mar, el pueblo y el poeta

Las aguas del golfo de Cariaco son casi siempre azules, si navegas en dirección este-oeste te conseguirás con que el mar caribe irrumpe a la entrada, provocando marejadas que en tiempo de lluvia son peligrosas.
A la derecha, caseríos y aldeas casi olvidadas van abriéndose paso incrustadas en los cerros, como árboles de piedras que desafían la naturaleza.
Casi llegando al final se encuentra el pueblo de Manicuare.
Allí sobre una pequeña colina, desafiando el tiempo que la agobia sin doblegarla se encuentra una pequeña casa desde cuyas ventanas se divisa en tiempos claros la ciudad de Cumana.
Allí sigue imponente, sin rendirse a los cambios ni a las formas que le precedieron, los recuerdos del poeta.
Sopla la brisa cantos al dolor y a la esperanza y se escuchan susurrantes los sonetos de Salmerón.
Era el pequeño pueblo una aldea cuando Ana Rosa en las propiedades de su marido, Antonio, viejo pescador, de ideas algo revolucionarias, dio a luz en la ensenada de Guarataro al que llamarían Cruz Maria, su hijo. Corrían los primeros días del mes de enero de 1892.
Las olas como siempre rugían como leones advirtiendo de su fiereza.
En la hacienda fue creciendo compartiendo con los peones de su padre los conocimientos de sus faenas y adquiriendo las enseñanzas de su familia en la lucha diaria de la pesca.
Allí fue forjando sus instintos y su carácter, el respeto y la caballerosidad que le hicieron luego muy querido.
Sus primeros juguetes fueron el anzuelo y los aperos de pesca y muy precozmente se enfrenta a muchos jugando cartas caídas y truco.
Su habilidad para el nado es genética y entre paisajes rurales y el diario esfuerzo para sobrevivir su primera infancia va abandonándole dejándole figuras que dejan raíces en su cerebro.
Es el mas fuerte legado de su existencia, el que lo marca en su corta estadía por la tierra, el que vuelve una y otra vez, cada vez que sus ratos libres se lo permiten.
A los diez años cambia la aridez de la tierra por una casa en la Calle Arizmendi, en la pequeña ciudad de Cumana, que con solo 12.000 habitantes se reponía de la guerra civil.
El motivo de este cambio: las enseñanzas que deben sembrar los conocimientos que nos sacan de la ignorancia.
Pedro Luis Cedeño es su primer maestro en la ruta de la instrucción y José Antonio Ramos Sucre su amigo del alma.
Es la primera etapa de cambios que Cruz absorbe muy poco.
Es el inicio de los sueños que le llevan a la abducción en muchos momentos.
Entre los pupitres y bancos del Colegio Federal, cuna de muchos hombres de letras del momento, va internándose y descubriendo el don que lo ha marcado, el camino a las letras.
No es un estudiante excelente, llegando a la categoría de ordinario, sin llegar a considerarlo como malo. Mas que las aulas anhela un contacto más directo con la naturaleza.
Juega a la guerra con sus amiguitos mientras piensa en la paz como único camino.
Se gradúa en agosto de 1910 de bachiller en filosofía y letras, junto a Ramos Sucre y Dionisio López Orihuela, dos años después del comienzo de la férrea dictadura de Gómez, período en el que vive,
Con el primero fundaría posteriormente la revista "Broche de Oro".
Rubén Darío Y Martí serian las influencias más radicales en sus versos.
Cabalgaría entre esa estética modernista que arropaba al mundo, dándole el toque sencillo que le diferenciaría y posteriormente definirían su estilo.
Manicuare sigue siendo su destino de vacaciones y el encuentro directo con su pasión.
Los gallos de peleas uno de los placeres que robaría sin limites.
La capital sería un destino para su crecimiento intelectual.
Se inscribe en la Facultad de Derecho y con un grupo de compañeros se muda a Caracas.
Comparte su pieza situada de Camejo a Santa Teresa en ocasiones con Ramos Sucre y es vecino de habitación de Juan Bautista Mariña quien será también vecino de celda años después en Cumana.
Su carácter no le gana buenos compañeros entre los hijos de acaudalados hombres de la época en la universidad pero su altivez y decisión mantienen el respeto que le sienten.
Se refugia detrás del papel y la pluma dando salida a esas expresiones literarias que le sacuden y lo incendian por sobre su escéptismo sobre la calidad de sus escritos, que lo lleva a romper y echar a la basura el fruto de sus inspiraciones.
Es Ramos Sucre el único testigo de esos esfuerzos que le parecen maravillosos y no escatima en hablar con los otros sobre ello.
Pero Cruz sigue añorando las noches de luna sentado a la orilla, con la música del agua arrullándolo.
Sus esfuerzos se multiplican y elevan como burbujas sus calificaciones pasándolo a la condición de estudiante destacado.
Va abriéndose a los tiempos y haciéndose menos huraño.
Se inscribe en la Asociación general de Estudiantes de Venezuela pero nunca participa y aprovecha para recorrer las costas del golfo de Cariaco en sus vacaciones.
Allí escribe el primer soneto que se conserva, se lo dedica a su amigo Ramos Sucre en 1911 y se lo envía junto a una carta desde Cumana.
Cielo y Mar es su titulo y sus versos hablan de esperanzas que se van desvaneciendo.

Y pienso con oscuro pesimismo
que mi ilusión esta sobre un abismo
y cerca de otro abismo mi esperanza.

Una profecía de sus próximos años, un presentimiento que iría creciendo en su pecho.
Al final de esas vacaciones el mal estaría ya declarado.
Gómez cierra la universidad en 1913 cuando cursa Cruz Salmerón Acosta el tercer año y debe regresar a Cumana, donde lo recibe la muerte de su hermana quinceañera Encarnación.
Sería un año catastrófico donde también es asesinado su hermano por el jefe civil de la aldea que lo vio nacer y también este ultimo es asesinado por una poblada que lo ajusticia.
Por lo que es puesto preso con su hermano durante un año en la cárcel de Cumana.
Allí reniega de los las leyes y de los que la manejan y se codea, según cuenta luego, con personas con mayores valores morales.
Al salir, el reloj del destino le iba marcando de manera cruel el tiempo que le queda.
Pero siempre, su carácter estuvo por encima del mal que lo iba dejando poco a poco sin fuerzas.
La lepra fue minando silenciosamente su integridad y absorbiendo las fuerzas que lo mantenían altivo.
Sus últimos diez años transcurrieron en la casa de la colina entre evocaciones y dolores, entre esperanzas que nunca se esfumaron a pesar de que sus caminos parecían marcados por el infortunio.
Su voz sería siempre un consuelo para los amigos que le visitaban y que fueron viendo como se esfumaban con los años las carnes musculosas que envolvían sus 173 centímetros de altura, dejando solo piel y hueso.
Seria el verso y la poesía su amiga intima y la almohada donde reposaban sus ideas.
Nunca perdería fuerza y aunque el dolor era protagonista de buena parte de la trama, seguían destellos de luz cubriendo las rimas que cadenciosamente iban poblando el mundo entre las paredes de su cuarto.
A pesar de su escasa cultura humanística clásica muchos de sus sonetos llevaron esos ruegos divinos que sonaban a oración, como este escrito a Jesús de Nazareth.

Su venida a los hombres es tan bella
que hasta apariencia de milagro toma:
a la tierra lo trae alba paloma,
lo anuncia en el azul, azul estrella.

o este A La Cruz.

Sagrada cruz, yo si te he profanado
entre unas manos de mujer querida,
y en el tosco puñal con que he intentado
dar a mi corazón la ultima herida.

Sus evocaciones a veces se confundían entre propias incriminaciones y el azul del mar y el cielo que le arrullaban y consolaban estuvo a flor de boca en sus labios, no en vano su obra mas difundida y reconocida lleva el nombre de ese color.

Azul de aquella cumbre tan lejana
hacia la cual mi pensamiento vuela,
bajo la paz azul de la mañana,
color que tantas cosas me revela!

Los amores imposibles, los amigos y las personas que de algún modo dejaron algo en su existencia, tuvieron cabida en sus letras. Ramos Sucre, Conchita Bruzual, Alfredo Arvelo, José Maria Díaz, Andrés Eloy Blanco o Dionisio López fueron inscritos dentro de ellos.
Sus últimos diez años fueron de sufrimientos pero también le permitieron crear expresiones que le mantienen vivo tras su muerte.
Una manera servil de enterrar su alma sin que la tierra agreste la tome como prisionera.
Encerró su cuerpo y sus ojos fueron apagándose buscando el misterio de los colores que hacían posible la inmensidad del firmamento, pero el infortunio no pudo borrar de su cara la paz, ni de su mano la poesía, sobreviviente raíz de sus intimas emociones.

Un 30 de julio de 1929, cinco meses después de la creación del Vaticano, su mirada dejó de ser la antorcha que iluminaba los rincones más oscuros de su cuarto y dejo su maltrecho cuerpo para ser devuelto a la tierra que 38 años antes le vio nacer.
Lloró por muchas horas el cielo el día de su entierro y hasta muy entrada la noche su cuerpo no pudo ser llevado al descanso eterno, pero su alma risueña sigue poblando la orilla de la playa donde duermen las olas buscando el refugio melodioso de los versos de quien vivió para ser un apéndice entre el mar, su pueblo y la poesía.

domingo, 28 de diciembre de 2008

El Poeta de los corazones venezolanos.

Si visita a Venezuela, la zona de los andes resulta la de mayor proyección turística y entre ellos el estado Mérida. En el pueblo de Apartaderos unas niñas le declamaran frente a la plaza Luz Caraballo, el poema escrito por Andrés Eloy. De chachopo a apartaderos/ camina la loca Luz Caraballo/ con violetitas de mayo;/ con carneritos de enero…….
Un homenaje para un personaje que transitó el sentir de sus paisanos desde lo más hondo de sus tradiciones y quien tuvo también tiempo para luchar por sus ideales políticos.
Nació Andrés Eloy Blanco en la capital del estado Sucre, Cumana, el 6 de agosto de 1896, trasladándose a la capital en 1907 para estudiar en el Colegio nacional y pasar posteriormente a estudiar derecho en la Universidad Central, alcanzando su doctorado en derecho en 1918.
Sus primeros poemas, “El solitario de Santa Ana” y “Walkyria”, aparecieron en 1911 en El Universal de Caracas. Pero su carrera literaria da inicio en firme cuando gana un premio en los juegos florales de Guayana en 1916 con su “Canto a la espiga y al arado” y su proyección fuera de las fronteras le viene en 1923 cuando resulta ganador del concurso hispanoamericano de Poesía promovido en Madrid por la real academia española con su Canto a España.
Su instinto guerrero heredado de los antepasados lo llevaron desde muy joven a participar en la lucha política y es participante activo en las manifestaciones estudiantiles contra el régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez, por lo que desde 1928 a 1933 recorre alternadamente los calabozos de La Rotunda en Caracas y el Castillo Libertador de Puerto Cabello, desde donde escribe gran parte de su obra.
Poeta sobre todo, es difícil ubicarlo dentro de algún estilo porque sus composiciones transitan caminos que cruzan o chocan entre sí, yendo desde el modernismo al folclore, y desde el humor hasta lo popular.
Su inspiración parece fundirse entre los estados de animo de sus coterráneos, entre el nacionalismo con que expresa de manera geográfica su “Río de las siete estrellas” hasta la sensibilidad critica de lo étnico con su “Píntame angelitos negros” o del romance furtivo en “Coplas del amor viajero” y sus giros de humor en “el Gato verde”.
La cárcel en vez de ablandarlo lo hace recio, su pluma, como espada enfila sus disparos cruzando el limite del recinto penitenciario y haciendo eco en sus compatriotas.
Funda el partido Acción Democrática y en 1948 ocupa el cargo de ministro de Relaciones Exteriores durante la fugaz presidencia del también escritor Rómulo Gallegos. En noviembre de ese mismo año tiene que exilarse en Cuba y, finalmente, en México donde fallece el 21 de mayo de 1955. Parte de su legado literario es publicado póstumamente.
Andrés Eloy nos habla de tantas cosas cotidianas que es difícil no identificarse con algunas de ellas. En sus “Uvas del Tiempo”, refleja la nostalgia por su tierra, cuando desde Madrid nos dice. “Madre: esta noche se nos muere un año/ en esta ciudad grande todos están de fiesta;/ zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, como gritan!:/ claro, como que todos tienen su madre cerca…” mas adelante nos habla de su casa … “!Mi casona oriental!. Aquella casa/ con claustros coloniales, portón y enredaderas,/ el molino de viento y los granados,/ los grandes libros de la biblioteca”. Y termina ese poema diciendo. “Y vino toda la acidez del mundo/ a destilar sus doce gotas trémulas,/ cuando cayeron sobre mi silencio/ las doce uvas de la Noche Vieja”.
Por décadas este poema, declamado por diferentes voces es obligado en muchos hogares cuando finaliza un año.
Allí Andrés Eloy nos muestra su pasión por la familia y la patria, la nostalgia que le acompaña hasta el día de su muerte. De hecho, su última intervención pública, pocas horas antes de morir, fue un discurso en el cual exhortó a lo mejor del espíritu venezolano a seguir viviendo.
También escribió a los hijos, a la familia, al amor, a su Giraluna que le acompaño siempre, a la patria, al amigo, a los mitos o leyendas que poblaban la geografía como Luz Caraballo, Venancio Laya, Sara Cata o El Limonero del Señor..
Su arpa lírica poseía matices para cada ocasión, respuestas para las preguntas que se agolpaban en las bocas de un pueblo oprimido por la dictadura.
Renunciando a su libertad y a su propio porvenir que enlaza con la lucha revolucionaria.
Unos versos de su poema la Renuncia dice así. “He renunciado a ti. No era posible./ Fueron vapores de la fantasía;/ son ficciones que a veces dan a lo inaccesible/ una proximidad de lejanía.” El cual culmina con estas frases. “Yo voy a mi propio nivel. Ya estoy tranquilo./ Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;/ desbaratando encajes, regresare hasta el hilo./ La renuncia es el viaje de regreso del sueño…”
Y nunca regresó de esa renuncia, murió viendo a su país azotado por una nueva dictadura, esta vez la del general Marcos Pérez Jiménez.
Sus escritos siguen latentes recordándonos lo frágiles que somos y lo fuerte que podemos ser, cuando existen motivos tan grandes para serlo.
Mas allá de sus versos o sus discursos, de sus escritos en prosa, cuentos o dramas, o de sus facetas como periodista, biógrafo o ensayista político, Andrés Eloy logro conquistar los corazones de los hombres y mujeres de su tierra, de los que le amaron u odiaron, de los que han nacido leyendo su legado o de los que lo vivieron en carne propia sus sufrimientos.
Ha logrado trascender de la mano de su lírica.
Mariano Picon Salas en una ocasión dijo refiriéndose a él “Toda la variedad de un rico temperamento que va de lo concreto a lo abstracto; de lo conceptista, en singular riqueza y gallardía verbal” y Rómulo Gallegos lo definiría. “Talento creador, iluminado y poderoso”
Su obra poética incluye poemarios como Tierras que me oyeron (1921); Poda (1921-1928, publicado en 1934), integrado por poemas románticos que su autor calificaba de “énfasis, Barco de piedra (1928-1932, publicado en 1937); Baedeker 2000 (1929-1932, publicado en 1938), en el ámbito de la estética futurista; Malvina recobrada (1931), de poemas en prosa; La Juambimbada (1941-1944, publicado en México postumamente); Reloj de piedra (1943-1945); Giraluna (1955, también publicado despues de su muerte).
Como cuentista, publica el libro La aeroplana clueca (1921-1928, publicado en 1935). Como dramaturgo, escribió El Cristo de las violetas (1925); El pie de la Virgen (1937); Abigail (1937), Los muertos las prefieren negras (1950); y El árbol de la noche alegre (1950). Como periodista fue uno de los más afamados columnistas de la prensa venezolana. Como biógrafo, se ocupó del presidente de la República, José María Vargas, en Vargas, albacea de la angustia (1947). Como ensayista político, se destacó especialmente en su Navegación de altura (1941) y Reloj de arena (título de la columna publicada en el periódico El Nacional a partir de 1943).
Su legado es más extenso, muchos de sus escritos siguen apareciendo ocasionalmente rescatados por algún viejo compañero de celda o alguno de los hijos de este.
Su vocación literaria solo fue superada por su pasión a la patria.
Sus restos se encuentran actualmente junto a los del Libertador Simón Bolívar y otros patriotas en el Panteón Nacional, justo reconocimiento al poeta de los corazones venezolanos, quien dejó sangre, sudor y lágrimas entre sufrimientos por su país.